Para ofrecer un tratamiento eficaz, resulta imprescindible conocer a la persona que acude a nuestra consulta. Por tanto, el objetivo de esta fase será recabar toda la información necesaria para poder analizar en detalle su historia de aprendizaje, las dificultades actuales o las variables relacionadas con el entorno. Dicha información la obtenemos a través de las entrevistas llevadas a cabo durante las sesiones, los registros realizados en el ambiente natural, los cuestionarios, etc. La duración aproximada de la fase de evaluación suele oscilar entre dos y tres sesiones, aunque esta estimación puede variar según las características de cada caso.

La información recopilada durante la evaluación aporta datos suficientes para realizar en esta fase un análisis funcional de cada caso. Es un momento crucial de la terapia, dado que ofrece respuestas a preguntas que las personas llevan tiempo haciéndose: ¿por qué se originó mi problema?, ¿por qué se mantiene?  Esa toma de consciencia permite definir una propuesta conjunta de los objetivos terapéuticos que marcarán el rumbo de la terapia.

En esta fase proporcionaremos una serie de técnicas contrastadas empíricamente cuya puesta en marcha permitirá la consecución de las metas planteadas. Para poder generalizar el aprendizaje adquirido durante las sesiones, será imprescindible que la persona asuma un rol activo, entrenando y aplicando las nuevas estrategias en su contexto natural. El terapeuta será por tanto un guía que facilitará las herramientas adecuadas para que el cliente, a partir de un cambio conductual, consiga solventar los problemas que le han traído a la terapia y, por ende, mejorar su salud psicológica.

Cuando los objetivos propuestos se hayan alcanzado, empezaremos a espaciar las sesiones para asegurarnos de que los cambios conseguidos perduran en el tiempo y que la persona se enfrenta de manera adecuada a las dificultades que puedan surgir. Esta fase fomenta la autonomía del cliente, de modo que, con el tiempo, no necesite más ayuda profesional.