Ansiedad, esa gran enemiga. ¿O no?
- Kaja Chmielowiec
- 2 noviembre 2020
Ansiedad. ¿Quién no ha escuchado este concepto o experimentado sus síntomas? Según Google, buscamos la palabra “ansiedad” unas 50.000 veces al mes y esto refleja sin duda una realidad: la ansiedad constituye, junto con las demás problemáticas asociadas a ella, la demanda más frecuente que atendemos en las consultas psicológicas. Las personas que presentan estas dificultades suelen manifestar mucho malestar, expresan estar agotadas y desean aprender a controlar o eliminar por completo esta sensación tan desagradable de sus vidas (algo que, como veremos más adelante, ni es posible ni resultaría beneficioso). Se podría considerar que la ansiedad es la gran enemiga de nuestra sociedad, pero ¿realmente lo es?
¿Qué es la ansiedad?
Cuando intentamos buscar una definición de este concepto nos encontramos con una cantidad abrumadora de resultados muy variados. De manera resumida, podríamos describir la ansiedad como una respuesta automática e involuntaria que ejecutamos al encontrarnos en presencia de un estímulo (interno o externo) que percibimos como peligroso, sea real o imaginario.
¿Por qué sentimos ansiedad?
Como se puede intuir, es una respuesta adaptativa que ha asegurado nuestra supervivencia como especie. Hace años (unos cuantos miles en realidad), cuando compartíamos nuestro hábitat con animales peligrosos, los tres tipos de respuesta que realizamos al sentirnos amenazados (lucha, huida o parálisis), nos permitieron superar estos depredadores con éxito. Actualmente, las amenazas a las que nos enfrentamos son muy distintas, pero la respuesta de ansiedad sigue siendo igual de útil. Si no se activase, sería igual de problemático que no sentir dolor – aunque molesto, nos avisa sobre un posible peligro y permite la puesta en marcha de estrategias necesarias para hacerle frente.
¿Por qué entonces algo tan útil se convierte en un problema? Porque relacionamos estímulos que en principio no tienen nada que ver. Pongamos un ejemplo. Hablar en público, si lo pensamos objetivamente, no se parece en nada a un encuentro con un león, sin embargo, enfrentarse a este reto nos evoca sensaciones similares. A lo largo de nuestras vidas nos vemos obligados a dar un discurso o defender un trabajo en numerosas ocasiones, sobre todo en contexto académico o laboral. Hay personas que disfrutan de esta experiencia, sin embargo, para la gran mayoría este es un evento muy ansiógeno. Esto ocurre porque en algún momento han empezado a percibir el hablar en público como algo desagradable (“se van a reír de mí, haré el ridículo”) y que además viene acompañado de estas sensaciones tan molestas, comúnmente definidas como ansiedad (sudoración, taquicardias, etc.). Y esto nos lleva a confundir una situación relativamente inofensiva con una amenaza real. Este tipo de asociaciones hace que la respuesta de ansiedad se vuelva mucho más intensa, frecuente y duradera, convirtiéndose en disfuncional y desagradable.
Síntomas de ansiedad
Los síntomas de ansiedad más comúnmente conocidos y los que más malestar suelen generar son los fisiológicos. Hablamos de:
Taquicardias
Dificultades respiratorias
Mareo
Aumento de sudoración
Problemas gastrointestinales
Sensación de hormigueo
Tensión muscular
Sin embargo, ante las situaciones que percibimos como amenazantes realizamos también otro tipo de respuestas que acontecen a nivel cognitivo y conductual. Aparecen pensamientos que calificamos como catastrofistas: “esto es insoportable, no puedo aguantar más” y que nos llevan a experimentar tal nivel de malestar que no concebimos otra solución que acabar con él cuanto antes. La estrategia que ponemos en marcha para conseguirlo es escaparnos de la fuente de nuestro malestar, ya sea yéndonos de la situación asociada a la respuesta de ansiedad, distrayéndonos de nuestros pensamientos o tomándonos una pastilla.
¿Por qué se mantiente?
Este modo de afrontamiento resulta muy útil a corto plazo: nos aporta lo que buscamos, es decir, una sensación de alivio casi inmediata. Sin embargo, estas soluciones resultan insuficientes a largo plazo, ya que, la siguiente vez que nos encontraremos ante la misma situación (o una parecida) volveremos a experimentar los síntomas que tanto tememos. A veces tan solo pensar en revivir este momento resulta tan agobiante que intentaremos evitar situaciones, personas, pensamientos, etc. que asociamos como disparadores de ansiedad. Paradójicamente, nuestros intentos de remediar el problema a corto plazo (mediante conductas de escape y evitación) son los responsables de que éste se mantenga. Obviamente, no actuamos así a propósito sino porque no poseemos otras estrategias – es como tomarnos un ansiolítico cuando sentimos dolor por una muela picada con tal de evitar ir al dentista.
La buena noticia es que hay tratamientos eficaces para aprender a gestionar la ansiedad y acabar de este modo con el sufrimiento que nos produce. Si es tu caso, no dudes en buscar ayuda profesional, la ansiedad no tiene por qué limitarte ni afectar a tu salud psicológica.
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